Ensayista francés, Roland Barthes vivió su niñez en Bayona, trasladándose a los once años a París. Estudió en el Instituto Louis Legrand y se licenció en Filología Clásica en la Sorbona, en varios intervalos de tiempo debido a que padecía tuberculosis.
Barthes fue profesor de francés en Francia, Rumanía y Egipto, publicando al mismo tiempo en la revista Combat. Trabajó en el Centre Nacional de la Recherche Scientifique al tiempo en que escribía ensayos para Les Lettres Nouvelles. En 1962 fue nombrado director de estudios de L’École Pratique des Hautes Études, y en 1977 fue profesor de Semiología Literaria en el Collage de France.
Es autor de numerosos libros y ensayos sobre teoría literaria, crítica, filosofía y semiótica. De entre su obra habría que destacar El imperio de los signos, El placer del texto, Michelet o La aventura semiológica, entre otros títulos.
1. Mitologías
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Nuestra vida se alimenta de mitos: el automóvil, la publicidad, el turismo, el deporte. Aislados de la actualidad en la que emergen, aparecen como lo que son: la ideología de la cultura de masas moderna.
Preocupado por develar el sentido de esos mitos profanos y su extendida credibilidad, Roland Barthes desnuda la espesa capa de significaciones que envuelve a los objetos de nuestra vida diaria, y expone en detalle el proceso de mistifi cación por el cual la cultura burguesa es transformada en naturaleza universal.
Aguda revisión de los lugares comunes de la sociedad de masas y primer desmontaje semiológico de su lenguaje, Mitologías inauguró una práctica intelectual. Barthes articula con armonía el conocimiento erudito y la elegancia de la escritura en un texto que escapa a la forma académica y asume un carácter profundamente político. Por su claridad estilística y la potencia de sus análisis constituye una excelente introducción a la semiótica.
2. Fragmentos de un discurso amoroso
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Fragmentos de un discurso amoroso es un libro sobre el amor. Sobre la trivialidad y a la vez sobre la radicalidad del amor. En palabras de Roland Barthes este libro se vuelve necesario porque ‘el discurso amoroso es hoy de una extrema soledad.
Es un discurso tal vez hablado por miles de personas (¿quién lo sabe?), pero al que nadie sostiene; está completamente abandonado por los lenguajes circundantes: o ignorado, o despreciado o escarnecido por ellos’. Asfixiado detrás del erotismo, la sexualidad la pornografía, la publicidad, el cuidado del cuerpo y el consumo mediático. La decisión de Barthes de ocuparse del amor adquiere, en este contexto, un carácter subversivo.
Publicado originalmente en 1977, es el libro más ambicioso de la última época de Barthes, ¿Pero cuál es su ambición? Darle escritura a la crítica, convertir la teoría en la gran novela del siglo XX.
Un delicado relato de aprendizaje (o mejor dicho: del aprendizaje como algo imposible) sobre el deseo, el amor, la soledad, los celos y la respiración agitada. Un libro sobre las posibilidades de la crítica literaria de pensar el mundo, que para Barthes es, ante todo, discurso: ‘Dis-cursus es, originalmente, la acción de correr aquí y allá; son las idas y venidas, andanzas, intrigas.
En su cabeza, el enamorado no cesa en efecto de correr, de emprender nuevas andanzas y de intrigar contra sí mismo’ Erudito y a la vez claro, transparente y complejo (como el propio amor) Fragmentos de un discurso amoroso es un exquisito ejercicio de semiología salvaje. Un muestrario de los lugares comunes sobre el amor y, al mismo tiempo, una formidable demolición de esos mismos lugares comunes.
Construido como un vocabulario, es un tratado, no sobre el amor, sino sobre sus palabras. Sobre la locura de la sintaxis y el enamoramiento del sentido.
3. El grado cero de la escritura
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En toda obra literaria se afirma una realidad formal independiente de la lengua y del estilo: la escritura considerada como la relación que establece el escritor con la sociedad, el lenguaje literario transformado por su destino social.
Esta tercera dimensión de la forma, tiene una historia que sigue paso a paso el desgarramiento de la conciencia burguesa: de la escritura transparente de los Clásicos a la cada vez más perturbada del siglo XIX, para llegar a la escritura neutra de nuestros días.
Esta relación entre literatura e historia (entre el escritor y la sociedad) aparece ilustrada en el presente volumen por estudios sobre diversos autores: de La Rochefoucauld y Chateaubriand, a Flaubert, Proust, Verne y Loti.
4. El placer del texto
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«Esta edición contiene dos de los trabajos más intensos de Barthes, más contenidos y más llenos de semillas para hacer crecer. Semillas que no han germinado, todas, aún, en nuestros días». Así comienza José Miguel Marinas su estudio preliminar de El placer del texto, escrito en 1972 y La lección inaugural de 1977, en esta nueva edición del clásico libro de Barthes.
Si el texto es, obviamente, el centro de reflexión de El placer del texto, también ocupa un lugar de privilegio en La Lección inaugural. Barthes hace hincapié en el goce que provoca la lectura, y recupera El placer del texto contra la indiferencia de la ciencia y el puritanismo del análisis ideológico, pero también contra la reducción de la literatura a un simple entretenimiento. Cada texto es un espacio de conflictos, que no se reduce a una postración de meras diferencias. Del mismo modo que un texto no es un escrito sino una clave para interpretar y cambiar la cerrazón de la cultura.
En 1977 fue designado titular de la cátedra de semiología literaria del Collège de France que fue creada especialmente para él por consejo de Michel Foucault. En su Lección inaugural, Barthes se definió a sí mismo como un ‘sujeto incierto’: demasiado literario para los lingüistas, que siempre lo consideraron un intruso; demasiado lingüista para los críticos literarios, que pocas veces llegaron a entenderlo. Es quizá este rasgo el que lo ha convertido en uno de los pensadores más influyentes en su campo.
5. El imperio de los signos
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El Japón es el país de la escritura. En 1970, Roland Barthes dedica una obra al sistema simbólico japonés, en un viaje no por el Japón real, sino por el de sus signos. Barthes no es el turista que pasea por las calles, degusta la gastronomía o asiste a representaciones teatrales, sino el semiólogo que se afana por interpretar el significado y el significante. El resultado es un tratado sobre el signo, sus reglas y su belleza.
Con El Imperio de los signos, Roland Barthes, uno de los máximos representantes del postestructuralismo francés y uno de los padres de la semiótica moderna, inicia una fase en la que comienza a sentirse escritor, a construir un estilo propio; en palabras del autor: «Este libro es una especie de entrada, no tanto en la novela cuanto en lo novelesco.»
Ésta es una obra de culto para todos aquellos que aceptan el extrañamiento que supone la confrontación con la civilización japonesa. Su lectura nos obliga a desprendernos de nuestras referencias y códigos culturales para entrar en un mundo dedicado enteramente al signo. Años después de su redacción, y pese a la evolución sufrida por algunos aspectos de la sociedad japonesa, los análisis de Roland Barthes permanecen inalterables.
6. Diario de duelo
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Del 26 de octubre de 1977, el día siguiente a la muerte de su madre, al 15 de septiembre de 1979, Roland Barthes escribió un diario de duelo. Las 330 entradas reunidas en este diario, la mayor parte de ellas con fecha, constituyen un testimonio inestimable que había permanecido inédito en su lengua original hasta el momento.
7. La cámara lúcida
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Este libro no es un tratado sobre la fotografía como arte, ni mucho menos una historia sobre el tema. En este caso, Barthes se lanza a una especie de desciframiento del siglo expresivo, del objeto artístico, de la «obra» entendida como mecanismo productor de sentido.
Toma como punto de partida unas cuantas fotografías, con el fin de descubrir «una ciencia nueva para cada objeto» y, a partir de ahí, deducir «el universo sin el cual no existiría la fotografía», esa «alucinación » que provoca falsedad en el ámbito de la percepción y verdad en el del tiempo.
8. Roland Barthes por Roland Barthes
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En este libro, Roland Barthes pretende explicarse a sí mismo a través de pequeños fragmentos sobre su vida y su obra. Estamos lejos, pues, del Barthes erudito y mucho más cerca del hombre que se ocultó tras aquellas obras fundamentales que, en el contexto de la Francia efervescente de los años sesenta y setenta, revolucionaron la visión de la literatura y el arte, el cine y la vida moderna en general.
A través de imágenes escogidas por él mismo y de palabras certeras y concisas, Barthes dibuja un autorretrato completo y fascinante, en el que pasa revista a sus temas favoritos ―los libros, los signos de la civilización contemporánea, la moda, la sexualidad― desde un punto de vista ahora libre de prejuicios académicos.
Hablando en tercera persona, como si se tratara de una novela con la que quisiera entenderse a sí mismo desde la distancia, intenta huir de su figura pública para acercarse a su propia persona entendida como un enigma que hay que descifrar: «No hay biografía más que de la vida improductiva.
En cuanto produzco, en cuanto escribo, es el Texto mismo el que me desposesiona (afortunadamente) de mi duración narrativa. El texto no puede contar nada; se lleva a mi cuerpo a otra parte, lejos de mi persona imaginaria, hacia una suerte de lengua sin memoria…».
9. El susurro del lenguaje
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El susurro denota un ruido límite, un ruido imposible, el ruido de lo que, por funcionar a la perfección, no produce ruido; susurrar es dejar oír la misma evaporación del ruido: lo tenue, lo confuso, lo estremecido se reciben como signos de la anulación sonora. Y en cuanto a la lengua, ¿ìede susurrar?
Como palabra parece ser que sigue condenada al farfulleo; como escritura, al silencio y a la distinción de los signos: de todas maneras siempre quea demasiado sentido para que el lenguaje logre el placer que sería el propio de su materia. Pero lo imposible no es inconcebible: el susurro de la lengua constituye una utopía. ¿Qué clase de utopía?
La de una música del sentido. La lengua, susurrante, confiada al significante en un inaudito movimiento, desconocido por nuestros discursos racionales, no por ello abandonaría un horizonte de sentido: el sentido, indiviso, impenetrable, innominable, estaría, sin embargo, colocado a lo lejos, como un espejismo… el punto de fuga del placer. Es el estremecimiento del sentido lo que interrogo al escuchar el susurro del lenguaje, de ese lenguaje que es, para mí, hombre moderno, mi Naturaleza.
10. Lo obvio y lo obtuso
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En cualquier intento de expresión podemos distinguir tres niveles: el nivel de la comunicación, el del significado, que permanece siempre en un plano simbólico, en el plano de los signos, y el nivel que Roland Barthes llama de la significancia.
Pero en el sentido simbólico, el que permanece a nivel de signos, se puede distinguir dos facetas en cierto modo contradictorias: la primera es intencional (no es ni más ni menos que lo que ha querido decir el autor), como extraída de un léxico general de los símbolos; es un sentido claro y patente que no necesita exégesis de ningún género, es lo que está ante los ojos, el sentido obvio.
Pero hay otro sentido, el sobreañadido, el que viene a ser como una especie de suplemento que el intelecto no llega a asimilar, testarudo, huidizo, pertinaz, resbaladizo. Barthes propone llamarlo el sentido obtuso.