Los 15 mejores libros de José María de Pereda

Los 15 mejores libros de José María de Pereda

José María de Pereda (Polanco, 1833 – Santander, 1906) es, dentro del panorama narrativo del siglo XIX, el máximo representante del realismo costumbrista. Sus novelas y cuentos reflejan con extraordinaria vitalidad las costumbres de su tierra, Santander, y el sentir de sus gentes y tradiciones.

Entre sus obras más conocidas encontramos varias que representan el tópico del beatus ille: Escenas montañesas (1864), El sabor de la tierruca (1882), Sotileza (1885), Peñas arriba (1895), La puchera (1889); pero también otras como De tal palo tal astilla (1880) o Pedro Sánchez (1895), testimonio de la Revolución de 1854. Fue miembro de la Real Academia Española desde 1896.


1. Sotileza

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Don Marcelino Menéndez Pelayo había dicho a su paisano José María de Pereda: «Si quieres elevar un verdadero monumento a tu nombre y a tu gente, cuenta la epopeya marítima de tu ciudad natal». Sotileza, considerada por José María de Cossío «no solo la mejor novela de su autor sino una de las mejores novelas del XIX».

En un gran retablo aparecen aquí, en torno a la sugestiva figura de una muchacha, todos los tipos sociales del Santander de mediados de siglo y, sobre todo, con gran relieve, los rudos mareantes de sus costas. Sin duda, la mentalidad actual está muy distante del cerrado conservadurismo perediano que lamenta «el fin de la raza» avasallada por lo moderno. Pero resulta innegable la seducción de una novela que tiene algo de canto épico y mucho idilio.


2. Peñas arriba

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Marcelo, atolondrado joven que vive en la capital, cediendo a la insistencia de su viejo tío don Carlos Ruiz de Bejos, resuelve irse a vivir con él a Tablanca, un pueblo de la Montaña de Santander, escenario preferido de las novelas de Pereda.

En los primeros momentos, Marcelo, rodeado de personas entusiastas de la vida de los montes, encuentra bastante agradable su nueva morada; en su casi conversión tienen mucha parte los ojos de Lita, sobrina de una amiga de su tío; pero la primera vez que baja de los montes vuelve a sentirse tentado por los encantos de la vida a la que ha renunciado.

La enfermedad del tío, las palabras de un viejo amigo y la devoción de Lita le hacen superar la crisis, y a la muerte de su tío, el «desarraigado» ocupará su puesto de jefe bienhechor de las gentes montañesas, junto a la suave y valerosa Lita.


3. De tal palo, tal astilla

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Águeda es una gran católica, y Fernando ateo, como su padre, el doctor Peñarrubia, sabio positivista dedicado al estudio y la investigación. Y también es atea toda la familia de Fernando, por lo que goza de escasa simpatía entre los montañeses.

Para acusar más el contraste, Fernando es rico, atractivo y con una brillante carrera, y para colmar la dificultad la madre de Águeda ordena en el testamento a su hija que se case con un hombre católico. Ello dificulta, primero, e imposibilita la unión de los dos jóvenes.


4. Pedro Sánchez

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Comunicábase el pueblo con los inmediatos por unas malas camberas, verdaderos caminos de cabras, donde sólo podían andar los pesados rodales y las cabalgad uras del país: así es que ver en aquellas callejas un jinete forastero o un carro entoldado con gente desconocida amontonada en el colchón de la pértiga, acontecimientos eran que ponían de punta la curiosidad de todo el vecindario, el cual no sosegaba hasta averiguar quiénes eran, de dónde venían y adónde se encaminaban.

Del movimiento y del hervor del mundo, sólo llegaba a la apacible y grata soledad aquélla lo que cabía en un periódico harto serio y formalote, que pagaban a medias el párroco y mi padre, en el cual periódico se leían las noticias de Madrid, la reseña de una sesión de Cortes borrascosa, los temores de un cambio ministerial, o las sospechas de un pronunciamiento, con la estoica tranquilidad, no exenta por eso de cierto asombro, con que hoy nos enteramos de lo que acontece en el corazón de la China o en las cumbres del Himalaya.

Fuera de los muchachos que había en el ejército o en las tabernas de Sevilla, ganando un puñado de duros para volver hechos unos jándalos al pueblo (y no pasarían de cuatro entre unos y otros), ningún hijo de él andaba apartado de sus términos más allá de tres leguas, y eso para ir al mercado o a la feria o al molino, de modo que, sin el periódico de mi padre y del señor cura, y sin las tardías cartas de los cuatro ausentes, la estafeta del lugar hubiera sido innecesaria.


5. La puchera

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Esta bella y singular novela de José María de Pereda (1833-1906) está fechada en 1888, y su argumento, fuerte y bien trazado, está muy en el estilo de la clásica novela realista española: el avaro, cuya monstruosa depravación y sequedad de espíritu le acarrean una larga serie de dolores e inconvenientes a propios y extraños.

Dos pescadores de la misma familia, padre e hijo (Juan Pedro y Pedro Juan), son los pilares de una comunidad pueblerina dedicada a la pesca artesanal y a la agricultura pobre, víctimas del usurero local, conocido por todos con el apodo de «el Berrugo». Este Berrugo, que se casó con una bella y buena mujer que le dio una hija, Inés, tan bonita como la madre, muriendo la madre poco después por los males infligidos por el torpe y sórdido comportamiento marital del avaro, soporta la intromisión de una ruda sirvienta -su antigua camarera- que es tía de un bestial estudiante de teología.


6. Nubes de estío

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Enmarcada dentro de la corriente realista española, “Nubes de estío” es una de las novelas más destacadas de José María Pereda. Publicada por primera vez en 1891, trata de los “trashumantes” veraniegos que cada año destruían el ritmo de la región.


7. El sabor de la tierruca

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José María de Pereda publica “El sabor de la tierruca” en 1882. Escritor costumbrista, esta es una de las novelas que mejor encarnan el realismo, traducido en la descripción de los paisajes y gentes cántabros el siglo XIX.


8. Pachín González

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“Pachín González” cuenta la explosión del vapor “Cabo Machichaco”, “una de las mayores catástrofes que registran los anales del mundo” (2008:83), y Pereda, que había renunciado a escribir desde hacia varios años, tomó de nuevo la pluma, movido por lo extraordinario de las circunstancias.

El suceso tuvo lugar en Santander y causó la muerte a muchos amigos y conocidos, y aunque él no sufrió efectos, se hizo forzosamente eco de la profunda impresión que a nivel colectivo y personal causó en todos los santanderinos. Se diría que se sintió obligado a dejar un testimonio de aquello para la posteridad.


9. Al primer vuelo

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«No tiene escape. Denme ustedes un aire puro, y yo les daré una sangre rica; denme una sangre rica, y yo les daré los humores bien equilibrados; denme los humores bien equilibrados, y yo les daré una salud de bronce; denme, finalmente, una salud de bronce, y yo les daré el espíritu honrado, los pensamientos nobles y las costumbres ejemplares. In corpore sano, mens sana. Es cosa vista… salvo siempre, y por supuesto, los altos designios de Dios.»

Palabra por palabra, éste era el tema de muchas, de muchísimas peroraciones, casi discursos, del menor de los Bermúdez Peleches, del solar de Peleches, término municipal de Villavieja. Le daba por ahí, como a sus hermanos les había dado por otros temas; como a su padre le dio por la manía de poner a sus hijos grandes nombres, «por si algo se les pegaba».


10. La mujer del César

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No se necesitaba ser un gran fisonomista para comprender por la cara de un hombre, que recorria a cortos pasos la calle de Carretas de Madrid, en una mañana de enero, que aquel hombre se aburría soberanamente, y bastaba reparar un intante en el corte atrasadillo de su vestido, chillón y desentonado, para conocer que el tal sujeto no solamente no era madrileño, pero ni siquiera provinciano de ciudad.

Sin embargo ni de su aire ni de su rostro, podía deducirse que fuera un palurdo. Era alto, bien proporcionado y garboso, y se fijaba en personas y en objetos, no con el afán del aldeano que de todo se asombra, sino con la curiosidad del que encuentra lo que es natural que se encuentre en el sitio que recorre, por más que le sea desconocido.


11. Los hombres de pro

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Corre por el mundo una afirmación que no por mil veces repetida se hace cierta, a saber: «la democracia es la mejor forma de gobierno», o una variación también igualmente repetida que dice «la democracia es el menos malo de los sistemas políticos», que viene a ser introducir el mal menor en la elección del régimen político.

Los clásicos ya nos enseñaron que solo son posibles tres formas de gobierno: monarquía, aristocracia y democracia, con sus respectivas formas corruptas de ejercicio del poder: tiranía, oligarquía y demagogia. Pereda, como hombre de su tiempo, tuvo que batallar contra la democracia liberal, la peor forma de gobierno que ha sufrido España en su historia.

En este sentido «Los hombres de pro» es una de las obras más acabadas y perfectas de la literatura española en su clara denuncia al liberalismo, y todo lo que esa perversa doctrina política lleva consigo. Su protagonista, Simón Cerojo, es un tabernero de aldea que movido por su orgullo personal quiere ascender en la escala social, y convertirse en un prócer de la patria, y aunque Pereda, en su infinita misericordia, nos presenta a un hombre de buena fe, sin embargo, sus ansias de protagonismo terminarán por frustrar su próspera carrera como hombre de negocios. Cerojo nos recuerda al Iván Ilich de León Tolstói, pues en ambos casos sus fatales encumbramientos acaban en estruendosos fracasos.


12. Blasones y talegas

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A pesar de que quienes nos acercamos hoy a la obra de Pereda hemos de salvar ciertos obstáculos, como el alejamiento del mundo que retrata con respecto a la sociedad actual, las dificultades lingüísticas (a las que un lector no montañés ha de añadir las de los abundantes dialectalismos) y el descrédito que sufre la literatura perediana, nacido de un prejuicio ideológico aderezado con buenas dosis de desconocimiento, es indiscutible –a la luz de la eclosión de estudios críticos sobre el novelista de Polanco en los últimos años–, que la narrativa perediana es un prisma de muchas caras algunas de las cuales la crítica únicamente ha vislumbrado.

Sin embargo, no es la tarea interpretativa la mayor empresa con la que nos enfrentamos los actuales estudiosos de Pereda, sino que quizá el esfuerzo más difícil sea el de volver a interesar a los lectores en sus obras. En ese largo camino, cuyos frutos, sin duda, tardaremos en recoger, resulta de muchísimo interés divulgativo la iniciativa de editar alguno de los textos peredianos de manera independiente, con vistas a iniciar a un lector primerizo en las obras de Pereda y a ofrecer al fiel seguidor de su narrativa una nueva edición convenientemente anotada y prologada que arroje algunas luces sobre la vertiente realista de la primera narrativa perediana y las relaciones entre los escritos iniciales del polanquino y las que se consideran sus novelas más importantes.

Por otro lado, la relectura reposada de «Blasones y talegas» nos hace replantearnos uno de los interrogantes más reiterados en las reflexiones críticas sobre la narrativa del escritor cántabro: ¿cómo es posible que un autor tan aplaudido en su época haya sido casi olvidado por los lectores actuales? Las opiniones elogiosas de Galdós sobre este texto que posteriormente detallaremos y el juicio de un crítico actual, Juan Luis Alborg, que valora este relato como “uno de los mayores aciertos literarios nacidos de la pluma de Pereda a lo largo de toda su vida literaria.” [Alborg, 1996:635] pueden ser al menos dos puntos de partida que nos conduzcan a la lectura y reflexión sobre el texto que aquí reeditamos.


13. Tipos trashumantes

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Libro alegre y regocijado como unas castañuelas, y capaz de quitar el fastidio y la modorra al menos benévolo leyente. Tan ligero y animado es que nadie le lee en dos veces, sino que le traga y devora forzosamente en una sola, y quédase con despierto apetito; y lo mismo acontecería aunque los tipos, en vez de ser diez y seis, fueran cuarenta y ocho.


14. El buey suelto

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Gedeón se casa con Solita, una antigua criada con quien había sostenido relaciones amorosas, in articulo mortis, y legitima a los hijos de esta, aunque no está seguro de su paternidad. Gedeón pasa por incómodas vicisitudes hasta llegar a la muerte. La miserable vida que arrastra se debe, más que al celibato, a su carácter absurdo.

Le gustaría al autor mostrarnos cuánto mejor hubiera sido para Gedeón dar ese paso muchos años antes, pero lo que descubre el lector es que de haberse casado su vida hubiera sido igualmente desdichada y estéril.


15. Oros son triunfos

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Tenia don Serapio una hermana viuda y pobre, que en algún tiempo, en vida de su marido, gozó también los favores de la fortuna. Esta hermana vivía en una aldea de la misma provincia y tenía a su vez un hijo, de nombre Cesar, en la edad crítica de emprender una carrera que, cuando menos, le proporcionase en adelante el pan cotidiano que su madre no podría darle siempre.

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