Los 6 mejores libros de Andrés Caicedo

Los 6 mejores libros de Andrés Caicedo

Andrés Caicedo nació en Cali en 1951 y su obra es considerada como una de las más originales de la literatura colombiana. Caicedo lideró diferentes movimientos culturales como el grupo literario los Dialogantes, el Cine Club de Cali y la revista Ojo al cine.

En 1970 ganó el I Concurso Literario de Cuento de Caracas con Los dientes de caperucita, lo que le abriría las puertas al reconocimiento intelectual.

Se suicidó el 4 de marzo de 1977, cuando tenía veinticinco años, el mismo día que recibió la primera copia impresa de ¡Viva la música!, la obra por la que es recordado hasta el día de hoy.


1. ¡Que viva la música!

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¡Que viva la música! es una novela de iniciación. Es la invitación a una fiesta sin fin, donde su protagonista dejará que el mundo baje hasta el pozo sin fondo de sus propios excesos. Pero con felicidad. Con absoluta dicha.

Hay un pacto secreto con la muerte en esta danza de María del Carmen Huerta, la rubia protagonista de sus páginas. Pero es la muerte dulce de las celebraciones: el paisaje, los afectos, la noche, la niñez que huye, la adolescencia triunfal, el rock and roll, los Rolling Stones, la salsa, Ricardo Ray, Bobby Cruz, las drogas, Cali (o Kali, según la ortografía de la narradora).

Es, así mismo, una iniciación al descubrimiento de una ciudad colombiana (única, mágica e irrepetible), que comienza por el cielo del norte, con su Avenida Sexta, su parque Versalles y sus parajes mágicos, hasta llegar al infierno del Sur con su caseta Panamericana, su río Pance, sus barrios más allá de Miraflores, su cordillera de los Andes alada y los refugios de la salsa y el sexo.

Andrés Caicedo, el autor de este viaje-hacia-el-deliro verbal, pondría fin a su vida el mismo día en que tuvo el ejemplar publicado de la presente novela. El tiempo pasó mucho más rápido de lo que la muerte anticipa. ¡Que viva la música! se convirtió en un libro de culto, en un manifiesto generacional y en una especie de guía de los excesos, de manual de los bajos instintos, de tesoro de la juventud perdida, el cual se lee con el placer de aquel que se lanza hacia el abismo con una consigna: «tú enrúmbate y después derrúmbate».


2. Todos los cuentos

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Todos los cuentos es la colección más ambiciosa de las narraciones breves de Andrés Caicedo. Se conserva en parte la organización ya conocida a través de otras ediciones pero con un ingrediente adicional: sus narraciones tempranas.

Entre 1966 y 1969 Caicedo escribió de manera frenética un conjunto impresionante de relatos en los que está, a todas luces, la génesis de su obra posterior. Son historias breves, perversas, desencantadas, donde el mundo adolescente se configura hasta los límites del delirio.

Todos los cuentos reúne 44 relatos distribuidos en cuatro secciones donde se pueden leer historias de terror, de delincuencia juvenil, de amores desencantados, de un Cali de pesadilla y de la conciencia de un joven que se convirtió en un escritor a toda prueba.


3. Ojo al cine

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Libro que reúne lo mejor de los escritos de Andrés Caicedo sobre cine, muchos de estos publicados en Ojo al cine, la revista que él mismo fundó en los años setenta.

Las reseñas que escribió Andrés Caicedo sobre cine no son convencionales, de hecho nada en su vida lo fue. Como la literatura, el rock y la salsa, el «séptimo arte» también era esencial para su existencia y uno de sus referentes constantes. El cine en sí mismo era un personaje y cada película que Caicedo veía se convertía en una obsesión. De ahí que los comentarios que componen este volumen sean pasionales, vibrantes y a la vez, sorprendentemente eruditos.

Gracias a un laborioso trabajo de compilación realizado por Luis Ospina y Sandro Romero Rey, el libro Ojo al cine da a conocer la obra crítica de Caicedo y la cinefilia de una generación. Más de tres décadas después del suicidio de su autor, estos textos siguen despertando interés y todavía contagian la emoción del autor por el cine.


4. Correspondencia 1970-1973

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¿Las cartas forman parte de su obra o es preferible destruirlas antes que dejar pistas para la posteridad de los secretos develados a sus destinatarios? En el caso de Andrés Caicedo (Cali, Colombia. 1951–1977) el asunto se multiplica puesto que, hasta el viernes 4 de marzo, el día de su suicidio, el escritor no dejaría de comunicarse, con un afán sin tregua, a través del refugio de la correspondencia.

Las cartas, para Caicedo, se convirtieron en otra manera de practicar la urgencia de su literatura, tal como lo hizo a través del teatro, los guiones, la crítica de cine, los cuentos, la poesía y la novela. Para Caicedo, escribir cartas era una necesidad que se confundía en la disciplina extrema con la que abordó sus ficciones. Como en el caso de su admirado H. P. Lovecraft, Caicedo no solo dejó constancia de su paso por el mundo a través de extensas cartas, sino que sacó copias de todas ellas en papel carbón y las dejó en sus archivos debidamente organizadas para un futuro improbable.

En este primer tomo, se reúne la correspondencia iniciada en 1970, cuando el autor contaba con 19 años y comienza a comunicarse con familiares y amigos a través de cartas a mano o a máquina. El volumen se extiende hasta el año 1973, cuando Caicedo viaja a Estados Unidos, con la idea de vender algunos guiones en Hollywood. En este período, el autor consolida su vocación literaria y, cómo no, la necesidad de establecer un vínculo epistolar con aquellos que se encontraban en la distancia.


5. Correspondencia 1974-1977

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¿Por qué los muertos siguen publicando? Las explicaciones no son tan simples y no siempre hay que encontrarlas en el oportunismo editorial. Los ejemplos abundan en la misma cantidad con que se multiplican ciertos escritores difuntos, convertidos en aquello que se ha dado a llamar «escritores de culto». Y el misterio de sus publicaciones póstumas terminará formando parte de su acervo literario.

Al interior del acertijo de las obras póstumas se encuentra el desafío de la publicación de su correspondencia. ¿Las cartas forman parte de su obra o es preferible destruirlas antes que dejar pistas para la posteridad de los secretos develados a sus destinatarios?

En este segundo volumen de la correspondencia de Andrés Caicedo los lectores descubrirán los años finales de un escritor que intentó, por todos los medios, entablar un diálogo desde la lucidez, pero también desde la soledad y la desesperación que terminó por llevarlo al suicidio en marzo de 1977.


6. Noche sin fortuna

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La obra literaria de Andrés Caicedo (1951-1977) se planteó, desde un principio, como un proyecto obsesivo y totalizador. Por una de esas extrañas razones que impone el azar, el autor se propuso que su breve paso por este mundo debería estar de la mano de aventuras creativas, tanto a nivel de la narrativa, como de la dramaturgia o de la indagación en las formas cinematográficas.

Desde los primeros escritos juveniles de Andrés se encuentran temas y pesadillas que van a repetirse aún en las cartas que escribió poco antes de su suicidio. Caicedo planteó siempre que vivir más de veinticinco años era una soberana estupidez y por eso se sentó a inventar con frenesí frente a la máquina de escribir con una pasión y una vehemencia sólo comparable a la fatalidad de los adictos.

Noche sin fortuna se publica tal como fue encontrada, anexándole dos extensas notas donde el autor reflexiona sobre sus personajes y sobre el tratamiento general del texto. Es una lástima que Andrés no haya tenido tiempo para concluirlo, puesto que se trataba de una de sus propuestas literarias más ambiciosas.

Con la presente edición se incluye el relato titulado Antígona, escrito en 1970 y publicado por la revista Eco en 1979. Allí está el tema del amor por las vías de la antropofagia que Caicedo había explorado en sus guiones cinematográficos y en algunos cuentos precoces. El llamado «gótico tropical», desarrollado en el cine por sus compañeros de generación, tiene su origen en estos relatos de terror que terminarían devorándose a su autor.

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